viernes, 31 de agosto de 2007

Usurpación

Desde el mismo día que nos casamos decidimos, mi marido y yo, que él sería el hombre de la casa y yo la dueña de la misma. Y así nos fue yendo la vida, equilibrada y sin interponerse querella alguna entre ambos puestos de responsabilidad. Hasta que jubilaron a Juan. Decidió, él por su cuenta, que había llegado el momento de mi liberación. Se metió tan a fondo en mi territorio que ahora soy yo la prejubilada. No me deja hacer la compra, “te pesa mucho cariño”, “te engañan, te sisan”, “no aprovechas las ofertas”. Desde que él cocina ha engordado diez kilos y otros tantos llevo yo. Me va pisando los talones por toda la casa, reordenando armarios y repasando cuanto suelo barro o plato friego. Mañana mismo me apunto a clase de gaita, en horario de seis a siete, justo en medio de la de aeróbic y pintura.

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