Tenía que hacerlo. Ya era hora de dar el gran paso. Su hermana estaría ahí para apoyarla. Los niños ya eran grandes: A Pablo, metido en la adolescencia, le resultaría más fácil asimilarlo, y Sara, con sus doce años, ya la entendería como mujer. Quedaba el problema con su madre. Tendría que escucharla una vez más: “¿Cómo vas a hacer eso? ¿Es que no piensas en el desconcierto de tus hijos? Los niños sufrirán, no lo dudes. ¿Y tu marido?, él ya está hecho a ello, ¿a qué correr ese riesgo a estas alturas de tu vida?”. Pensó en Martín, zapeando indiferente ante el televisor noche tras noche. No le prestaba atención hacía ya mucho tiempo: la miraba como se mira un armario de la casa. Había llegado el momento y hoy sería el gran día.
Se quitó el delantal, barrió las migas del desayuno y se fue hacia el baño. Se metió en la ducha, se lavó concienzuda la cabeza y ya frente al espejo por fin lo hizo: se cambió de lado la raya del pelo. Luego salió a la calle, sacudió la melena y con paso firme se enfrentó al mundo.
LA HERENCIA, Javier Fernández Delgado
Hace 1 día
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