viernes, 31 de agosto de 2007

El regreso

Como cada aniversario desde la desaparición de Sofía, hace ya tres años, Justo Romero lanzó al agua un ramillete de margaritas, las flores preferidas de su mujer. Luego, como si pudiera timonearlo con la vista, lo condujo con sus ojos río abajo sin moverse de la orilla.
Pero ayer el ramo se quedó enganchado entre las piedras unos metros mas abajo. Romero se acercó para empujarlo de nuevo al centro del río y en ese momento lo vio. Boca abajo estaba el cuerpo inmóvil de una mujer. A Justo le dio un vuelco el corazón. Lo sacó del agua sin saber de dónde le salieron las fuerzas, lo giró tembloroso y … ¡Díos mío!, exclamó conmocionado, ¡es ella, es ella…!, ¡es Sofía, Sofía!. Le tomó el pulso. No latía. ¡Está muerta!, gritó con desesperación. Acudieron tres pescadores que faenando mas arriba oyeron los gritos del hombre. Lograron calmar a Romero, cubrieron el cuerpo de la mujer y llamaron a la Policía. Y mientras aguardaban frente al río no dejaron de observar a Justo que, con la vista clavada en el agua, repetía sin cesar: “… es ella, es ella, es ella…”

Justo y Sofía eran un matrimonio bien avenido y modesto, sin mas lujos que alguna cena en fechas especiales, unos días al año en Benidorm y poco mas. A Romero le gustaba ir de pesca y llevarse con él a la bella Sofía. Era celoso, y ella, por no contrariarle le acompañaba todos los domingos desde que se habían casado, hacía ya seis años. Su mujer era inquieta y no aguantaba mucho tiempo sujetando inmóvil la caña. Prefería vagabundear por la montaña buscando moras, arándanos y escenas silvestres para fotografiar mientras su marido aguardaba paciente escuchando la radio a través de los cascos para no espantar a los peces.

Fue al mediodía de uno de aquellos domingos cuando Romero comenzó a sentirse inquieto. Su mujer hacía tres horas que se había alejado por entre los matorrales montaña arriba. Romero la buscó desesperado por los alrededores y el pueblo vecino. Gritó mil veces su nombre sin hallar otra respuesta que el silencio. A las cuatro de la tarde llamó a la Policía y juntos peinaron el lugar sin que de Sofía obtuvieran noticia alguna. En el fondo del río sólo encontraron su cámara de fotos y entre el ramaje de la orilla izquierda uno de sus zapatos de lona. La policía no lo confirmó por escrito, pero oficiosamente la dieron por ahogada.

Hoy, la policía le acaba de confirmar a Justo la muerte que tres años antes había quedado pendiente y le entrega una copia del informe forense junto con sus pertenencias: un reloj de oro macizo, unos zarcillos de brillantes y una sortija de rubíes con la siguiente inscripción: Te quiero. Roberto. Justo Romero deja caer las joyas mientras clava sus ojos en el siguiente párrafo del informe: “… fallecida por estrangulamiento seis horas antes de ser hallado el cadáver…”

(¿Continuará…?)

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