Uso gafas desde los ocho años y ya entonces me di cuenta que cuando no las llevaba puestas no sólo veía el mundo borroso sino que la ceguera alcanzaba también a los sonidos. No es que no los oyera, sino que perdía la concentración necesaria para captar la realidad, haciéndome vivir en un mundo aparte. Me acostumbré, en la infancia, a quitármelas para no oír las riñas de mi madre, para que me dejaran en paz en la adolescencia o para escaparme de las quejas de mi familia o de mi jefe en el trabajo. Mi hijo también es miope y mi mujer no entiende por qué razón le impido quitarse las gafas mientras le regaño por sus notas.
Tanto él como yo sabemos el motivo, pero los dos callamos.
VIDRIOS ROTOS 2
Hace 2 días
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