martes, 12 de abril de 2011

No llores más


En el campamento de verano, después de cenar, las monjas dejaban que el ejercito infantil que formábamos las treinta niñas, agotáramos las últimas energías en los jardines del caserón que nos albergaba. Teníamos siete años las dos. Yo la ganaba en altura y ella a mí en el número de pecas que decoraban su piel blanquecina. Aquel día, el sol se había cebado en sus carnes más de lo necesario, haciendo que la pecosa se alejara del grupo en un intento de proteger su espalda quemada. Yo, creyendo que aquel retraimiento voluntario no era tal, me acerqué a ella, y tomándola cariñosamente por el hombro la invité a unirse a nuestro juego. En el mismo instante que mi mano se posó en su piel, la niña comenzó a gritar acusándome del daño. Al oír el llanto, la monja que nos cuidaba, sin dejar que mis argumentos llegaran a sus oídos, me levantó las faldas y con su alpargata me dio una tanda de azotes delante de todas las compañeras.

Hasta unos años mas tarde no supe que las emociones sentidas aquella noche y muchas más de aquel triste verano, se llamaban: injusticia, indefensión, desamparo, ira, tristeza... Y sobre todo rencor, mucho rencor. No se lo guardé a la infeliz pecosa, sino a la monja-verdugo que iba depositando, con cada golpe en mis tiernas nalgas, su propia negligencia en la protección solar de sus pupilas.

Con el tiempo, el rencor infantil hacia la religiosa malvada, por un extraño proceso disociativo, ha pasado a mi misma, y la niña que lloraba su impotencia en un rincón de aquella vieja mansión, aún está allí, sola y desamparada, esperando que yo vaya en su busca, la abrace contra mi pecho y secándole las lágrimas le diga: “cielo mío, no llores más, ya lo he arreglado todo”.

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9 comentarios:

Araceli Esteves dijo...

Las monjas han dejado no pocas secuelas que se manifiestan en no pocos transtornos emocionales.Vaya personajes siniestros...

pepa mas gisbert dijo...

Teniendo en cuenta que soy pelirroja, de piel blanqucina llena de pecas y que el sol siempre me ha quemado, sobre todo en la niñez, que voy a decirte....sonrío.
Las heridas de la niñez son las más dificiles de curar, parece que se han olvidado, pero de cuando en cuando, siempre aparecen en nuestros pensamientos.

Ocelote dijo...

Jopé con la monja de marras. Espero que no llevara puestas las alpargatas de jugar al fútbol.

El personal eclesiástico me ha dado, durante años, al menos en esos en los que todo te parece grande, una sensación un pelín siniestra. Algo contradictoria con el ejercicio de su profesión.

Besos.

Miguel Baquero dijo...

El último párrafo sinceramente me ha puesto la piel de gallina. Impresionante. Chapó.

Raúl dijo...

Y a mí como a Miguel. Muy buena entrada.

Manu Espada dijo...

A mi hermano las monjas le dejaron secuelas como estas.

LA ZARZAMORA dijo...

Nos dejaron su huella en la piel, en cada peca, marcada como un tatuaje, y ya de por siempre.
Viví tu texto.
Besos.

gaia56 dijo...

Celsa cómo aumenta la lista de tus premios, me alegró mucho y te felicito por éste que acabo de leer.
Espero poder compartir más tiempo de experiencias con vosotros.
Y hablando de compartir mañana 29 de abril presentamos nuestro V Cuaderno de poesía SIN CINTA MÉTRICA en el centro Municipal de La Arena, a las 8 de la tarde; seguro te llegó la información por José ramón.
Esperamos poder compartirlo con vosotros.
Besinos.

Celsa Muñiz dijo...

ARACELI, es cierto, las monjas dejaron muchas secuelas negativas, pero estoy segura que más por desinformación que por maldad. En realidad no me dejaron ningún trauma “reconocible”, jajaja. Tuve una infancia feliz. Pero un día, al autoanalizar esta exagerada necesidad que tengo de aclarar los malos-entendidos, me llevó a recordar aquella anécdota infantil. Y creo que fue esa anécdota la que me fijó esa necesidad.

ALMA de mi corazón, ¿a ver si eras tú la pecosilla aquella? Fue en Villamanin (en León). Que sepas que si lo eras, no te guardo ningún rencor, ein? Jajaj. Pobrecita mía.

OCELOTE, en general las monjas que me tocaron no fueron siniestras. Sólo ésta, que era demasiado impulsiva y visceral. Yo la recuerdo como el Hitler del colegio.

MIGUEL, Creo que ese párrafo final te puso la piel de gallina porque eres padre. Padre de una niña de más o menos esa edad. Y puedes sentir en tus carnes el dolor de tu niña si alguien le hubiera hecho eso. ¿Acierto?

RAUL, gracias. Te digo lo mismo que a Miguel: eres padre, ¿verdad?

MANU, a mi hermano también, pero no las monjas, sino los frailes. Le inculcaron tanto lo de ser bueno que no soportó vivir en el mundo real. Y se fue de él. Voluntariamente.

ZARZAMORA, somos un ejercito de tatuadas. Siento que te haya tocado vivirlo.

GAIA, te reitero mi enhorabuena por vuestro magnífico libro. Estoy releyendo con vuestras voces lo escuchado ayer. La música ya la pongo yo, si eso, jejeje.

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