lunes, 6 de octubre de 2008

La bella durmiente




Según cuenta la leyenda, en un país muy lejano había un rey y una reina que tuvieron, tras muchos años, una niñita muy bella. La princesita, como era de tradición, tenía dos hadas madrinas: una buena y otra un poco pendón, pues las crónicas mal pensantes siempre dijeron que el hada mala y el rey eran amantes.

Llegó el día del bautizo y la reina que no era tonta, y sabía de la traición, dijo que de invitar a la güarra, nada de nada, y que la muy golfa no se zamparía ni un gambón. Este desaire le sentó tan mal a la mala que sin aviso ni nada, entró en el palacio furiosa lanzando su maldición:
—Cuando la nena cumpla los dieciséis se clavará una aguja de tejer lana y morirá, ya lo veréis. Así que de tener nietos, nada de nada —le restregó toda chula a la reina desolada.
El rey lloraba cabizbajo mientras la reina, llena de ira, le insultaba por lo bajo:
—Tuya es la culpa, mal padre, maldito, si no hubieras sido tan cabrito…
—¡Tranquilos! —gritó el hada buena— que yo trucaré el maleficio. La nena no morirá, sólo dormirá quinientos años y luego despertará con el beso de amor que un bello príncipe le dará.
—¡Ja! —dijo la malvada con su risotada de hiel— ocultaré el castillo con tanto follaje que ni el más avispado personaje dará con él.
—Eso ya lo veremos, monina— dijo la buena con voz saltarina.
—Pues claro que lo verás, so tontina.

Entonces el rey, para evitar la maldición, prohibió en todo el reino tejer la lana, ni siquiera por afición. Nadie usó durante aquellos años ningún jersey de rombos ni calcetines con pom-pom. Y así fue como las abuelas, para suplir el vicio de darle al punto pelota, inventaron el bingo, el parchís y los pasos de la jota.

Pasaron los años y la niña crecía mas bella que un sol. Pero un día, en una fiesta en el castillo apareció de repente una doncella con un precioso gorrillo que dejó a todos mirándola sólo a ella.
—Quiero uno igual —dijo la princesita un poco envidiosa— ¿dónde lo puedo comprar?
—Lo siento mucho, princesa, el gorrito no está en venta, me lo tejió mi abuelita con su lana, sus manitas y un montón de paciencia.
—Pues yo quiero una prenda como esa —porfió cabezona la princesa— llévame ante tu vieja, te lo ordeno, deseo que ella me teja otro gorrito, tal cual.

Cuando llegaron al caserón de la anciana la princesa quedó asombrada al ver como la abuela cruzaba los pinchos de donde colgaba una bufanda encarnada.
—Que diver —dijo la princesita— ¿puedo probar yo también?
La abuela que no sabía que la chica era princesa le dejó las agujas sin miedo, y la muy torpe, ¡zas!, se pinchó en el dedo. Sólo un ¡ay! pudo decir, porque luego cayó como fulminada en el suelo desmayada. Inútiles fueron los muchos cachetes que la abuela arreó a sus pálidos mofletes por ver si resucitaba.

—¡Dios mío!, quinientos años dormida —gimió la reina aterrada— moriremos sin tener nietos, y además, la muy desdichada, cuando despierte de repente sólo encontrará a un montón de extraña gente.


En medio de aquel delirio, apareció el hada buena y propuso:
—Yo…, si queréis, os duermo a todos también, y así, cuando despierte la bella, vosotros despertaréis.
—¡Buena idea! —dijeron al unísono, sin preguntar ni a la corte ni a la plebe— durmámonos todos juntos y que la siesta nos sea leve.

Pasaron quinientos años y en la otra punta del planeta, un cantante con coleta, famoso en el mundo entero, y al que todos conocían como “El Príncipe Rokero”, harto de tanta fama, quiso cambiar de aires escapándose por montes y prados en busca de …
—¿De qué? —preguntaron los de su banda crispados.
—De un "no-sé-que" —respondió el joven mirando la luna.
—¿Abandonarás los conciertos así, sin causa ninguna? —porfiaron angustiados el bajo y el batería.
—Sólo por un tiempo, colegas, hasta que se calme esta ansia mía.
—¿Y no puedes calmarla en casa?
—No, he de sosegarme a lo lejos y encontrarme con mi alma.
—Pues entonces te acompañamos —dijeron los de su banda.

Y así lo hicieron. Marcharon sin rumbo fijo, con sus motos e instrumentos hasta que una mañana lluviosa apareció entre gigantescos arbustos la cúpula de un monumento.
—Entremos a ver el castillo —dijo el galán a su panda valiente.
—¡Estas loco!, ahí debe haber hasta fantasmas vivientes.
—Pues iré sólo —dijo resuelto el rokero.
Cerró la cremallera del traje, caló el casco hasta los ojos y se lanzó ilusionado a husmear el palacio encantado. Ya dentro de la estancia, sacó insecticida y un trapo y a golpe de chiscotazos fue matando arañas y escarabajos por almenas y pasillos, donde ronquidos atronadores retumbaban como un eco por los muros del castillo. —¿Hay alguien despierto? —fue preguntando tras cada puerta que abría, pero nadie le respondía.
Anduvo por todo el palacio con el alma acongojada, hasta que de repente, tras una puerta dorada, halló a la princesa encantada. Allí dormía la bella, como un ángel de porcelana, con el cabello de oro desparramado sobre la almohada. La zarandeó por los hombros por ver si la espabilaba, pero nada. Entonces se dijo a sí mismo:
—Aprovéchate chaval, que la niña no está mal y es toda una monada.
Y preso de incontrolada pasión puso, sin más miramientos, un inflamado beso en su boca de fresón. Y…, ¡plof!, de repente, la princesa se despertó.
—¿Quién sois vos? —pestañeó coquetuela.
—¡Eh!… —se apartó atolondrado— yo…, yo…, es que pasaba por aquí y …, como dormías…
Tontearon un poquito, se morrearon a mogollón y se juraron amor eterno tras el décimo achuchón. Fue tras éste cuando se dieron cuenta, que apoyada en balcón, el hada buena muy tierna los miraba sin la menor contención. Les contó el hechizo de la malvaba y la grave situación de por qué los demás habitantes del reino seguían durmiendo sin ton ni son.
—¿Qué haremos ahora? —dijo la enamorada— yo sin el permiso de mi papá no me caso...
—No importa, hermosa mía, nos arrejuntamos y tan campantes —contestó resuelto el galán.
—¡Qué espanto! —dijo la bella ofendida— eso es pecado gordo, vida mía.
—Que no, tontina, que ahora ya no es pecado.
—¿Ah, no? —dijo ella con gesto alelado.
—Pues no, mi ángel de amor. No temas al deshonor, que eso está pasado de moda.
—Pos vale, ¡nada de boda! —dijo ella muy contenta— cuando quieras nos largamos de este zumbido infernal, los ronquidos de tanta gente me están sentando fatal.
La subió a su moto rumbosa, y ella, nada miedosa, soltó su pelo al viento como bella mariposa. Y allá se fue el mozalbete monte abajo ilusionado a mostrarle a sus colegas el lindo botín encontrado.
Ni siquiera habían pasado los lindes de aquel reinado cuando la bella gimió con un grito de dolor: ¡Detén las ruedas, mi amor, que ya no puedo con el mareo! Paró él la moto a la primera y al quitarle el casco a su amada gritó:
—¡Que horror, ¿quién es esta calavera?!
—No te asustes, amado mío, soy yo, debe ser el cambio de aires que ha empalidecido mi color.
—¡Ja-ja-ja¡, qué aires ni que vientos, lo que le pasa a la niña es que tiene años a cientos —rió el hada malvada que apareció de repente en un árbol encaramada— No te la podrás llevar de palacio, como ya ves, pues si la alejas de su influjo se te quedará echa un rebujo.

Apesadumbrado el rokero devolvió la princesa a su palacio donde la tierna doncella se volvió de nuevo joven y bella
—¿Qué podemos hacer? —preguntó el enamorado al hada madrina callada.
—No sé, chaval —contestó ella escaqueada.
—¿Por qué no usas tu poder?
—Yo hago lo que tu quieras, majete, pero mi varita ya tiene edad y temo que si le meto otro paquete nos deje el conjuro partido por la mitad. Tú verás…
—Deja, deja, no la liemos más…
—Tengo una idea brillante —dijo la princesa de repente— montaremos un concierto atronador y lo usaremos como despertador.
Así lo hicieron. Sonaron los instrumentos con toda su marcha estruendosa y al llegar a la cuarta canción, así, como si tal cosa, despertaron todos de sopetón.
—¡Que follón, qué algarabía!, ¿de quien es la mano fría que me palpa el camisón? —dijo la reina enfadada.
—Es la mía, —sonrió el rey guiñándole un ojo— estamos despiertos, regenta mía, y la nena, además, enamorada del príncipe de un reino llamado Rock.
Se abrazaron, rieron y lloraron, luego bailaron, bebieron y comieron perdices y fueron, por otros quinientos años, la mar de felices.
FIN

10 comentarios:

Anónimo dijo...

jeje me pido el hada guarrona
me alegra verte
bank

Anónimo dijo...

Jaja :)
Tu no necesitas ninguna varita mágica para hacer grandes fechorías, hada locuela.
¿Por dónde andan ahora tus letras?

Yo también me alegro una jartá de verte.
Un besazo.
Sinuosa

Hank dijo...

jojo la conversación de arriba parece un intercambio de pareceres entre comedoras de grumetes vivos.

Os admiro a ambas, pero si tenéis a bien, me gustaría más, simplemente miraros.

Besos volanderos, por si acaso

Hank dijo...

jojo la conversación de arriba parece un intercambio de pareceres entre comedoras de grumetes vivos.

Os admiro a ambas, pero si tenéis a bien, me gustaría más, simplemente miraros.

Besos volanderos, por si acaso

Anónimo dijo...

Jajajaj, Hank.
Los besos de Banki no eran volanderos, sino volaos.
;)

WaterLula Von Hooligan dijo...

¡Con lo que a mí me gustan los cuentos!
¡Qué perversidad más entretenida la que has perpetrado con esta variación a ritmo de Elvis de la Bella apneica! Porque era Elvis, ¿no? (bueno, quizá un poco flojo para despertar a todo un castillo de marmotas milenarias...)

Un besso,

4ETNIS

Anónimo dijo...

¡Que va!, Lula, en ningún momento pensé en Elvis.
Seguro que en la mente tenía algún otro rokero, más duro, con más decibelios. Uno de esos que jamás escucharía yo.
:)

Anónimo dijo...

estoy fatal de la memoria, rubia. Leía tus cosas y he seguido bajando escalones hasta llegar aquí y me dije, voy a dejar comentario y zas, que resulta que ya lo dejé.
A ver si no voy a ser tan infiel como creo

hank, ¿sabes aquello de "ver, pero no tocar"? Pues no hagas caso, toca, toca. Y haz caso a sinu, son volaos, no volanderos.

bank

Anónimo dijo...

Mira la rima tan maja que te ha salido:

"El rey lloraba cabizbajo mientras la reina, llena de ira, le insultaba por lo bajo"

Por lo demás... poca cosa más.

Anónimo dijo...

BANKI, Banki, Banki..., no animes a Hank que ya sabes que él no necesita muchos empujones, jajaja

ANONIMO/A, me alegro de que haya encontrado una rima. Seguro que si la hice fue por pura chorra (como decimos en mi tierra), pues es un hecho reconocido y notorio el de mi falta de talento, no sólo para hacer poesía, sino para entenderla. De ahí que me animara a realizar esta tontuna, para desdramatizar mi tragedia.
¿Y sabe que?, pues que el ejercicio me sirvió, porque me lo pasé pipa escribiéndo este cuentecillo.
Le agradezco enormemente su atenta y desinteresada lectura.
Sea bienvenido/a a mi humilde blog.

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