
En su marcha imparable, la hormiga tropieza con un periódico tirado en el suelo. Lo bordea hasta encontrar el pliegue que le permite trepar a él. Conquistada la cima, corretea sobre el crujiente terreno y de vez en cuando se detiene a husmear. Su cuerpo negro se confunde con las letras de un titular: “Apresado el asesino de Silvia Ruiz”. Merodea por el papel sin distinguir la imagen del joven esposado que aparece bajo el letrero. Desanda el camino y ahora su radar interior la lleva hacia la cocina.
Vuelve al rato con la pesada carga de una miga de pan. Pasa de nuevo frente a la mujer que sigue inmóvil. Se para a descansar un rato, ajena al perro que ahora lame la frente yerta de su ama. Al reanudar la marcha tiene que desviar su trayectoria para sortear el charco de sangre que mana de las muñecas femeninas.
Cuando está a punto de alcanzar el pasillo, suena el timbre. El perro la sobrepasa veloz, dando grandes ladridos, apoya sus patas delanteras sobre la puerta y comienza a aullar. Siguen los timbrazos insistentes, pero la hormiga va a lo suyo, sin desviarse de la ruta que la devolverá al hormiguero.
Sorda para los gritos de “¡asesino!”, esquiva habilidosa las decenas de pies que se van agolpando frente a la casa.
Editado en el libro "Caleidoscopio" (2014)