—Ya, ya lo sé, ya sé que ha parado —ella, en la cocina, termina de lavar las patatas y seca las manos en el delantal—, tranquilo, ahora mismo la tendemos.
Controla cada movimiento de su ama y la precede camino al tendedero. Los fatigados pasos de ella contrastan con el trotecillo ágil del chucho que va y viene de la terraza a los pies de la mujer. Fuera, el sol hace brillar el pelo cobrizo del animal que ahora, tumbado sobre las rojas baldosas, observa atento como ella va colocando pinzas.
—Los calcetines se cuelgan por la puntera, así, ¿lo ves?, para que la pinza no estropee las gomas. Las camisas por abajo, jamás por el cuello...
Minutos mas tarde suena el timbre del horno y el can se yergue de un brinco. Entra disparado en la cocina, mira dos segundos el cristal y vuelve hacia el tendedero ladrando nuevamente.
—Vale, vale…, ya lo he oído. Ahora voy, no seas pesado.
Publicado en el libro "Ex libris" (abril 2015)
Controla cada movimiento de su ama y la precede camino al tendedero. Los fatigados pasos de ella contrastan con el trotecillo ágil del chucho que va y viene de la terraza a los pies de la mujer. Fuera, el sol hace brillar el pelo cobrizo del animal que ahora, tumbado sobre las rojas baldosas, observa atento como ella va colocando pinzas.
—Los calcetines se cuelgan por la puntera, así, ¿lo ves?, para que la pinza no estropee las gomas. Las camisas por abajo, jamás por el cuello...
Minutos mas tarde suena el timbre del horno y el can se yergue de un brinco. Entra disparado en la cocina, mira dos segundos el cristal y vuelve hacia el tendedero ladrando nuevamente.
—Vale, vale…, ya lo he oído. Ahora voy, no seas pesado.
Publicado en el libro "Ex libris" (abril 2015)